A los pies de Venus
Al mirar distraÃdamente la fecha de los periódicos recién llegados de ParÃs, sintió por primera vez Claudio Borja la existencia del tiempo. Hasta entonces habÃa llevado una vida irreal, libre de la esclavitud de las horas y las imposiciones del es- pacio. Todos los dÃas eran iguales para él. No vivÃa, se deslizaba con suavidad por un declive dulce, sin altiba- jos ni sacudidas. El dÃa presente era tan bello como el anterior, y sin duda resultarÃa igual el próximo maña- na. Sólo al recordarle la fecha de los diarios otra fecha idéntica guardada en su memoria, hizo un cálculo del tiempo transcurrido durante esta dulce inercia, única- mente comparable á la de los seres que en los cuentos árabes quedan inmóviles, dentro de ciudades encanta- das, paralizados por un conjuro mágico.
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